Ciudadanos del mundo (cuando emigrar se volvió sospechoso)

Emigrar no siempre es irse, a veces es salvarse.
Y cuando el entorno —familia, país, amigos— no entiende esa necesidad, lo convierte en culpa.
Pero no hay culpa en elegir el lugar donde tu vida respira mejor.

Mi rechazo a “volver” no es desamor, es defensa…. 
Es haber cambiado tanto que ya no encajo en la versión del mundo que dejé.
Y está bien. El hogar no es un punto en el mapa: es algo que se construye paso a paso, en cada encuentro, en cada decisión que te acerca a la paz.

Tal vez este pensamiento, este sentimiento, incomode a otras personas.
Pero lo que no quiero es que me incomode a mí.
Por eso lo expreso.

Sin soberbia, sin nostalgia,
desde el alma nómada que se encuentra libre buscando,  y que ya no cuestiona más su porqué.

Durante años creí que ser ciudadana del mundo era una forma de romanticismo.
Hoy sé que es una manera de existir.
Porque pertenecer a la humanidad es más real que pertenecer a un territorio.
Viajar, emigrar, mezclarse: todo eso no debería verse como amenaza, sino como continuidad de lo que somos.
La historia entera del ser humano se escribió migrando.
Gracias a esos movimientos se cruzaron lenguas, saberes, alimentos, arte, ciencia.
El mundo avanzó porque la gente se movió y se mezcló.

Y, sin embargo, hoy se nos enseña a temerlo.
A desconfiar del que llega, del que habla distinto, del que busca lo mismo que todos: una vida digna.
El miedo y el orgullo se han convertido en armas políticas.
Nos dividen, nos clasifican, nos hacen olvidar que nadie es de un solo lugar.

Yo he conocido personas de muchos países, con acentos, idiomas y pasados distintos.
Y, en esencia, todos queremos lo mismo: vivir tranquilos, ser respetados, sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros.
Las etiquetas son las verdaderas fronteras: el alemán es frío, el argentino chamuyero, el inglés distante.
Todas falsas, todas pequeñas.

La identidad, la pertenencia, se forjan andando.
La patria —si tuviera que nombrarla— es este planeta: grande, bello, imperfecto, compartido. Son las personas, de diferentes lugares, que me han enriquecido. 
No puedo quedarme en un rincón porque mi rincón son personas, vivencias, descubrimientos.
Y no voy a aceptar narrativas que cambian según los intereses de quienes manejan el miedo.

Ingeniería emocional: cuando el poder se disfraza de discurso

Vivimos tiempos de ingeniería emocional, donde las emociones colectivas se manipulan como si fueran botones.
El miedo sirve para cerrar, el orgullo para dividir, la culpa para silenciar.
Controlar lo que la gente siente es más eficaz que controlar lo que piensa.
Y esa es la trampa: cuando el discurso sustituye a la empatía.

Por eso elijo no conformarme con palabras vacías.
No quiero banderas que separen, ni patriotismos que excluyan.
Quiero hogares, no fronteras.
Curiosidad en lugar de miedo.
Humanidad en lugar de obediencia.

Emigrar no es huir: es atreverse a seguir vivo.
Y vivir de verdad es eso: cumplir tus sueños, no obedecer los ajenos. Te puede interesar «arquitecto interior«
Al final, esa es la única patria posible: la coherencia entre lo que sientes, haces, crees y creas. 
Esa coherencia es el único lugar al que siempre se puede volver.

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