La invasión no viene del cielo, viene del algoritmo
De un tiempo a esta parte, TikTok y Facebook se han llenado de videos que anuncian lo inevitable: Rusia habría creado una inteligencia artificial que simula una invasión extraterrestre. O que los gobiernos preparan una gran revelación. O que el apocalipsis ya tiene fecha.
Miles de cuentas, millones de visualizaciones. Ninguna evidencia.
Y lo curioso no es que existan esas teorías, sino que las plataformas no las censuran.
¿Por qué? Porque el miedo es rentable.
Las plataformas como Facebook y TikTok viven del tiempo de atención, no de la verdad. Los contenidos que generan miedo, conspiración o asombro provocan más clics, comentarios y compartidos. Entran en el algoritmo como “contenido de alto rendimiento”.
Además, hay un matiz político y técnico:
-
Moderación selectiva: no todo lo que desinforma se elimina; solo lo que rompe reglas muy específicas (violencia, odio, etc.). “Invasión extraterrestre” o “Rusia creó una IA que controla el mundo” son catalogadas como opinión o ficción especulativa, y se dejan correr.
-
Economía de la desinformación: algunos gobiernos o grupos aprovechan esos vacíos para sembrar confusión. Cuesta rastrear qué es intencionado y qué es simple viralización orgánica.
-
Colapso del filtro informativo: antes había editores; ahora hay trending topics. El algoritmo no distingue si un video es absurdo o serio: solo si retiene.
En resumen: no las censuran porque no les conviene del todo. El caos genera más tráfico que el silencio.
Las redes sociales no buscan informar, buscan retener. Y pocos contenidos atrapan tanto como el miedo envuelto en misterio. La atención es el nuevo oro, y la desinformación, su mina más productiva.
Cada vídeo que te hace dudar, te mantiene dentro. Cada “¿y si fuera verdad?” alimenta el ciclo infinito del scroll.
Pero no todo es culpa del algoritmo.
También hay hambre humana de explicación. En tiempos inciertos —guerras, inteligencia artificial, crisis política, climática, energética— es natural que las personas busquen un relato que les dé sentido. Lo inquietante es que lo encuentran en el lugar equivocado: en creadores anónimos que mezclan ciencia, profecía y paranoia.
Nada nuevo bajo el sol.

En tiempos radiales, una dramatización de Orson Welles en 1938 —“La guerra de los mundos”— provocó pánico real. La gente creyó que los extraterrestres habían invadido la Tierra. En tiempos analógicos, el cometa Halley también desató miedos colectivos: se vendían máscaras de gas y cápsulas “anti-fin-del-mundo”.
Hoy la historia se repite, pero a velocidad de fibra óptica.
Antes el rumor viajaba por ondas de radio; ahora viaja por algoritmos.
Hoy, el miedo también tiene inmobiliaria.
La venta de búnkeres privados se ha convertido en una tendencia global. En España, las solicitudes se han multiplicado desde 2022 y ya hay empresas que ofrecen refugios “listos para instalar” desde cincuenta mil euros. En Estados Unidos, Australia o Suiza, el fenómeno es aún más extremo: el miedo se vende con catálogo y financiamiento.
Pero lo interesante no es el cemento, sino la psicología del refugio.
Construir un búnker no es solo buscar protección física, es comprar una sensación de control. Una forma de decir: “si el mundo colapsa, yo tengo un plan”.
Lo paradójico es que muchos de esos refugios no resistirían una amenaza real; funcionan más como placebo de seguridad que como solución efectiva.
El búnker, en el fondo, es la versión material de lo que hacemos en redes: cerrar, silenciar, aislar.
Muros físicos o digitales que prometen paz, pero que terminan amplificando la soledad.
Y hay algo más oscuro detrás: el egoísmo del miedo.
El mensaje implícito del refugio es “me salvo yo, que se arreglen los demás”.
Una especie de Darwinismo emocional de la era digital: protegerse del caos a costa del otro.
Cuando la colectividad muere, no hay muro que alcance.
Y aquí viene lo importante: está bien dudar.
Está bien abrir la mente y no confiar ciegamente en quienes, una y otra vez, nos han mentido o manipulado.
Lo que no está bien son dos cosas:
👉 Creer sin filtro a quienes ni siquiera dan la cara. Si realmente lo que dices es una revelación, ¿por qué te escondes?
👉 Desconectarte por completo de las redes. Ya nos desconectaron físicamente, no regalemos también el espacio digital.
Dudar no es debilidad, es madurez.
Pero sin pensamiento crítico, la duda se convierte en terreno fértil para el engaño.
Al final, la invasión no viene del cielo.
Viene del algoritmo que coloniza nuestra atención.
Y del vacío que dejamos cuando dejamos de pensar por cuenta propia.
Y lo peor: si algún día sucede algo de verdad… ya no lo creeremos.
Como en el cuento del lobo, tanto grito falso terminó por anestesiar la alarma.
El peligro ya no será lo que ocurra, sino nuestra incapacidad de distinguirlo.
Lecturas recomendadas
👉 Desconfianza en los medios: la era del filtro roto
Si llegaste hasta aquí, por favor, me interesa tu opinión. Te leo en comentarios
Lo que más me sorprende es el tipo de gente más manipulada, los llamados boomers que se les supone por experiencia de vida, mayor discernimiento,pues no es al revés,se comen lo que les echen.Los ancianos de la tribu necesitan ser reeducados con urgencia o ya sabes dónde vamos a parar
Ole, pienso lo mismo. Promuevo la alfabetización digital desde el minuto uno, pero no interesa…..la manipulación modo on en más rentable – Gracias por tu comentario