¿Dónde están los adultos frente al bullying escolar?

El silencio que duele

Sandra tenía 14 años.
Vivía en Sevilla, estudiaba, tenía amigas, y sueños.
Un día decidió marcharse.
Su familia había denunciado el acoso que sufría, pero la escuela no activó los protocolos a tiempo.
El caso —ahora bajo investigación de la Junta de Andalucía y la Fiscalía— abre una herida profunda: ¿dónde estaban los adultos cuando más se los necesitaba?

Detrás de cada historia de bullying hay una red de omisiones.
Padres que no ven, docentes que dudan, instituciones que temen “hacer ruido”.
Y ese miedo al conflicto es el que termina costando vidas.

Una lección desde el aula

Años atrás, trabajé como tutora en un colegio de Argentina.
Recuerdo el Día del Orgullo: un grupo de alumnos hizo un cartel para burlarse de un compañero porque llevaba el pelo largo.
El chico, cansado, lo rompió y lo quemó.
Me tocó sancionarlo: podía haber provocado un incendio.
Pero también sancioné a quienes se habían reído.
El silencio en el aula fue total.

Ese día entendieron algo que muchos adultos olvidan:
Ser libre no significa hacer cualquier cosa. La verdadera libertad empieza donde comienza el respeto.
Yo era una tutora cercana, flexible, pero había líneas que no se cruzaban.
Y esa claridad los protegía a todos.

Educar es intervenir

El acoso no aparece de la nada.
Crece en ambientes donde el sarcasmo se disfraza de humor y la crueldad pasa por “cosas de chicos”.
Se alimenta de nuestra pasividad.
Nos preocupa enseñar matemáticas, inglés o tecnología, pero aún fallamos en lo esencial: enseñar humanidad.

Educar no es llevar material al aula, es aprender a convivir.
Y eso exige adultos presentes, dispuestos a poner el cuerpo, a decir “basta” incluso cuando incomoda.

De la escuela a la sociedad

El bullying no termina con la adolescencia.
Solo cambia de escenario: la oficina, las redes, los entornos laborales.
Sobre eso escribí en otro artículo: El bullying entre adultos: una violencia silenciosa.
Porque el problema no es solo infantil: es cultural.
Hemos normalizado la burla como forma de vínculo, la humillación como broma, el desprecio como jerarquía.

Sandra no debería ser noticia

Debería ser un punto de inflexión.
Una advertencia de lo que pasa cuando los adultos abdican de su papel.
Los límites protegen, las sanciones educan, la empatía se practica.
Si queremos que la escuela sea un lugar seguro, necesitamos menos discursos y más presencia.

No basta con predicar respeto: hay que ejercerlo.
Sandra nos recuerda que el precio del silencio puede ser irreversible.