Cuestión de actitud: el autocuidado

Hoy quiero hablarte del autocuidado, esa palabra tan repetida que a veces se queda en el aire.
Pero… ¿Qué significa realmente cuidarse a una misma?

Qué es el autocuidado

El autocuidado es una práctica consciente: hacerte responsable de tu bienestar físico, mental y emocional.
No va solo de cremas, rutinas o yoga. Es una actitud. Es decidir cada día, proteger tu energía y escucharte.

Algunas formas básicas:

  • Cuidado físico: comer bien, dormir lo suficiente, moverte, evitar excesos.

  • Salud mental y emocional: poner nombre a lo que sientes, pedir ayuda, escribir, meditar, o simplemente guardar silencio.

  • Descanso y desconexión: permitirte parar. El descanso no es pereza, es reparación.

  • Gestión del estrés: aprender a respirar, observar sin juzgar, soltar lo que no controlas.

  • Límites: saber decir “no” y sostenerlo sin culpa.

  • Apoyo y comunidad: rodearte de gente que te sume, no que te drene.

  • Alegría y placer: hacer espacio para reír, bailar, viajar, disfrutar sin excusas.

El autocuidado no es egoísmo, es prevención.
Cuando te cuidas, todo lo demás se equilibra.

Mi experiencia

Ya sabes que aquí hablo en primera persona.
Durante años me olvidé de mí. Criar, trabajar, sostener… me convertí en mi propia fortaleza, pero también en mi cárcel.
Y no me culpo: era necesario. Pero ahora también es necesario volver a mí.

Llevo más de un año en terapia. No fue mágico ni rápido. Fue —y es— un camino para reconectarme con la mujer que dejé atrás.

Dejé a una joven segura, rebelde, y me encontré con una cincuentona alucinante.
Ya no quiero reencontrarme con la mujer asustada que también fui, aunque le debo mis mejores aprendizajes: la resiliencia, la empatía, la profundidad.

Hoy me perdono:
por haberme callado, por haber sido arrogante, por haberme exigido tanto.
Y celebro a esta mujer libre, viva, sin culpa ni complejos, sin necesidad de explicar su camino.

Mi detonante

Todos tenemos uno.
El mío fue la muerte de mi vecina, una mujer que fue como una madre para mí. Su partida me devolvió a la ausencia de la mía… y me recordó lo efímera que es la vida.

Antes de irse, me dejó un mensaje:
“Sé feliz, sé feliz, sé feliz.”
Tres veces. Como si lo hubiera decretado.

Poco después llegó un viaje que no quería hacer. Mi mente me inventó miedos: “tienes pánico a volar”.
¿Pánico? Sí viajo desde los cuatro años.
Pero la mente es hábil cuando se trata de mantenerte en la zona segura.

Esta vez, no ganó.
Subí a ese avión.
Y volví diferente.

En la isla de Afrodita, me reencontré conmigo. Me miré y me gusté. Y decidí no volver a soltarme.

Para que un viaje sea diferente, tú tienes que volver diferente.

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Y recuerda: cuidarte no es una moda, es un acto de amor propio.

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