COCO: La tortuga Ermitaña

Las tortugas habitan nuestro planeta hace aproximadamente 200 millones de años, animales milenarios que han ido evolucionando y adaptándose al medio para no extinguirse. Son longevas y viven entre 150 y 200 años en su hábitat natural. Son lentas y solitarias, también hay grupos gregarios. Esta es la historia de Coco, un quelonio conocido por sus amigos como “la tortuga ermitaña”.

Las tortugas de la comunidad del lago donde vive Coco, vivían tiempos de gloria. La desaparición de sus depredadores era la causa de su algarabía. Estaban vivenciado el mejor momento de la escala evolutiva de las tortugas. Al fin podían deshacerse de su pesado caparazón, que las hacía lentas y le quitaban libertad de movimiento,…que las ataba al suelo.

Se reunieron en el lago para celebrarlo, bebieron, cantaron, bailaron como posesas bajo la luz de la luna, erguidas y sin peso.

Algunas estaban tan excitadas que no medían sus actos y comenzaron a quemar sus caparazones como símbolo de libertad. Otras decidieron abandonar sus hogares milenarios, para emprender un viaje largo, dejando atrás lago, familia y amigos….Con solo una mochila llegarían más rápido y más lejos, sin rumbo ni horizonte, sin destino, sin carga…. ¡sin peso! .A donde las llevara el viento.

Hubo un grupo que decidió quedarse, pero utilizaban sus caparazones para hacer arte pintándolas del color del arco iris, transformándolas en objetos decorativos, musicales. Otras le quitaban el peto a sus caparazones y las convertían en barcas para surcar el lago. ¡¡¡Era una auténtica revolución!!!!……Se sentían livianas, esa liviandad caló su espíritu y cambió todos los hábitos y costumbres de la comunidad.


Pero en esa comunidad del lago, había un tortugo llamado Coco, muy arraigado a su casa, a sus tradiciones, a su calidad de vida. Coco no consideraba que su caparazón fuese un peso, sino su refugio. Un regalo de la naturaleza. Allí se metía y disfrutaba de su soledad, asomaba la cabeza a la noche, iluminada por luciérnagas y contemplaba las estrellas.

El resto de las tortugas lo consideraban extraño, temeroso a los cambios, ermitaño, solitario y un tanto egoísta, simplemente porque no hacia lo que el resto de su grupo demandaba. Pero Coco no hacia caso, era feliz, encontraba paz en su soledad. No le importaba el cuchicheo de las otras tortugas, ni que lo llamaran “ermitaño”.

Esta tortuga sabía lo que lo hacia feliz y eso lo convertía en diferente a los demás.

Mientras tanto el resto de las tortugas seguían disfrutando de su libertad, decían ser felices, pero para Coco habían perdido su milenaria identidad, ésa que las convertía en tortugas, que las diferenciaba del resto de las especies terrestres.


Luna, otra tortuga de la comunidad del lago, era muy sociable, viajera y disfrutaba de la libertad que la evolución le había obsequiado, pero no se había desprendido de su caparazón. Lo conservaba, era su pequeño lugar en el mundo que compartía con su hijo, donde guardaba con celo sus pertenencias, donde jugaba con su niño, donde se refugiaba durante las tormentas……No era para ella una cárcel su caparazón, no le pesaba….Lo disfrutaba con quien quería compartir un grato momento, era un tesoro que le había obsequiado la vida y así lo vivenciaba.

Luna observaba a Coco meditar cada vez que iba a pasear con su hijo al lago. A ese mismo lago que su madre la llevaba de pequeña, por que según le narraba su mamá y a su vez, ella le transmitía a su hijo, era un lugar mágico, que cumplía los sueños y deseos de los corazones buenos.
Coco no notaba la presencia de Luna y su hijo. Ella no se acercaba demasiado porque comprendía que aquel tortugo disfrutaba de su interioridad, de sus pensamientos y que probablemente estaría pidiendo deseos al mágico lago de los sueños…..

En definitivas Luna era una poeta y entendía la importancia y el valor de la soledad. De esa soledad que enriquece el interior de quien la posee.

Pero un día, por casualidad, Coco nota la presencia de Luna, su hijo persiguiendo mariposas, perturbó la meditación de Coco. El tortugo se molestó y refunfuñó pero Luna y su hijo enseguida le pidieron disculpas amablemente y Coco cambió su actitud volviéndose más agradable ante su presencia.
Luna comenzó a sentir algo por eso tortugo ermitaño, suspiraba y siempre soñaba con volver al lago para verlo meditar……Sus amigas tortugas al verla triste, le decían que se olvide de ese tortugo egoísta, que había miles de tortugos en el lago y en otros estanques cercanos.

Le decían:
-Luna, no merece la pena ese tortugo ermitaño, ven y diviértete un poco, dale alegría a ese cuerpo.
Pero Luna contestaba:
-No me interesa perder el tiempo en banalidades, ni conocer a otro tortugo. ¡Dejadme en paz!


Ella esperaba cada día, vestida de tortuga a su tortugo especial. A ese tortugo sencillo, ermitaño, con vida interior y arraigado a sus valores como ella.

Luna siempre soñaba con su amado, lo respetaba tal cual era y le pedía al lago mágico que le concediera el deseo, de no pasar desapercibida ante su presencia.

Un día en el lago, el tortugo Coco la observaba sin mediar palabra y al rato, volvía a meditar a su caparazón. Durante un año se encontraban por casualidad (no casual) en el lago, repitiéndose día tras día la misma situación entre Coco y Luna.

Hasta que un día Luna interrumpe a Coco y lo invita a hablar, él se sintió un poco incómodo pero con el paso del tiempo comenzó a disfrutar de la compañía de Luna, se reía, se sentía bien con aquella extraña tortuga.

Coco nunca la invitaba al lago, pero la esperaba y Luna nunca dejaba de ir al lago, lloviera o hiciera frío….iba todos los días al caer el sol, mientras el resto de tortugas preparaban las grandes fiestas nocturnas.

Luna lo contemplaba a Coco meditando y al caer el sol, también observaba a lo lejos a sus amigas tortugas y pensaba: Tal vez algún día me entiendan, comprendan que el sentido de libertad, no es deshacerse de todo y todos, sino vivir plenamente con lo que se es y se tiene por naturaleza, luchando por lo que te falta, para lograr la plenitud y acercarnos así a lo más parecido a la felicidad.

Después de muchos años, las tortugas con casa vivieron uno al lado del otro. Luna cuidando de Coco, escuchándolo, leyéndole sus relatos, hablándole, haciéndolo reír y entregándole todo su amor de tortuga soñadora. A cambio Coco le obsequiaba día tras día su fiel compañía y le brindaba su delicada paz interior a ella y a su amado hijo.

Las tortugas viven muchos años, Coco y Luna aún siguen compartiendo sus días en el mágico lago de los sueños, con su caparazón a cuestas, observando y aprendiendo de todo lo bello y simple que los rodea.

Algunos personajes de la comunidad del lago
FIN

fLORENCIA Moragas