China y los certificados para influencers: quién puede hablar y quién debe callar.
Leí la noticia y me detuve: China exigirá certificaciones oficiales a los influencers que hablen de medicina, finanzas, derecho o educación. No se trata de lo que se dice, sino de quién lo dice. Y ahí está el punto.
Como profesora de ciencias naturales que migró al mundo digital, entiendo el valor del conocimiento serio. Enseñé biología, y sé lo que implica hablar de salud sin base. Pero también llevo más de una década viviendo en internet, donde la experiencia práctica, la curiosidad y la observación constante te enseñan más que muchos manuales.
Entonces, ¿quién tiene derecho a enseñar o comunicar en la red?
En China, la respuesta es clara: el Estado decide. Los creadores que quieran hablar de temas “profesionales” deben presentar títulos y documentos para que las plataformas —controladas por organismos oficiales— validen su autoridad. Sin ese permiso, no pueden opinar, enseñar ni divulgar.
A primera vista, parece razonable: evitar que alguien sin formación recomiende tratamientos, invierta el dinero ajeno o confunda a los alumnos. Pero debajo late algo más profundo: el control sobre la voz.
Porque cuando una sociedad regula quién puede hablar, empieza a moldear también qué se puede pensar.
Yo lo veo desde mi rincón de creadora y educadora: no todo conocimiento se imprime en un diploma. La ciencia, la docencia y el emprendimiento digital comparten una raíz común: la curiosidad, la experimentación.
He visto colegas de aula brillantes que no sabían comunicar, y autodidactas digitales capaces de explicar biología con una claridad que ningún libro logra. La red democratizó el acceso al conocimiento, pero también lo desbordó, y ahí surgen los miedos institucionales.
La decisión china me hace pensar en lo que podría venir en otros lugares: una certificación global del saber digital, donde cada voz necesite validación externa. Pero, ¿quién certifica la experiencia? ¿Quién acredita el ensayo y error, la reinvención, el conocimiento que surge de escuchar al otro o de observar la vida?
La enseñanza, igual que la comunicación digital, requiere ética más que credenciales. Y esa ética se construye con transparencia: decir “esto lo aprendí”, “esto lo viví”, “esto lo sé porque lo comprobé”. No hace falta un sello estatal para hablar con responsabilidad.
Tal vez la verdadera pregunta no sea si China censura o no, sino cómo cada uno de nosotros decide ejercer su propia autoridad.
Desde dónde hablamos.
Con qué conciencia de impacto.
Porque sí, la información necesita filtros… pero los más importantes no son los del gobierno, sino los de la integridad y la coherencia personal.
Y eso, por suerte, aún no se puede regular.
Sigo apostando por la alfabetización digital del usuario y no la censura.
Una sociedad que aprende a discernir no necesita prohibiciones ni paternalismos disfrazados de “es por tu bien”.
Porque no es miedo al caos informativo.
Es miedo a la voz democratizada —esa que no pide permiso para existir.
La educación crítica es el antídoto más poderoso contra la manipulación,
y la libertad, su consecuencia natural.
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