📍Hablamos de China… ¿y qué pasa en España?

Hace unos días escribí sobre la certificación obligatoria de influencers en China.
Pero antes de mirar lejos, conviene mirar dentro.

En España, el modelo “suave” ya está en marcha.
Desde octubre de 2025, el nuevo Código de Conducta sobre Publicidad a través de Influencers —impulsado por Autocontrol, AEA e IAB Spain— exige formación en normativa publicitaria y obliga a etiquetar claramente los contenidos patrocinados.
Más de 700 creadores ya tienen su Certificado de Capacitación Básica.

En teoría, esto va de transparencia. En la práctica, empieza a parecerse demasiado a control.

El Ministerio de Consumo ya ha advertido que las sanciones por publicidad encubierta pueden superar los 100.000 €, y que casi el 78 % de las publicaciones revisadas no cumplían la norma. Eso genera miedo. Y el miedo disciplina.

Pero aquí viene lo importante, lo que casi nunca se cuenta:

Muchos pequeños creadores no nacen de la meritocracia ni del glamour. Nacen de la necesidad. 
Gente que se quedó sin trabajo, que tuvo que reinventarse a la fuerza, que abrió cámara o cuenta porque el sistema le dio una patada y no quedaba otra salida que buscarse la vida online.
Personas que aprendieron solas, sin agencia detrás, sin presupuesto para anuncios, sin paracaídas.

Ese creador independiente, que ya está luchando contra el algoritmo para no ser borrado, ahora se encuentra con otra capa:
si no cumples, si no te alineas, si no pasas por la ruta “correcta”, puedes ser sancionado, invisibilizado o directamente señalado como poco fiable.

Es decir: primero te empujan al mundo digital porque no te queda otra.
Después, para existir ahí sin desaparecer, te empiezan a exigir certificados, sellos, verificación, formación obligatoria, avisos legales, amenazas de multa.

Todo bajo el discurso de “protección del usuario”.

No es que la ética no importe. Importa muchísimo.
Yo defiendo desde 2021 la necesidad de buenas prácticas y transparencia: que se diga cuándo algo es publicidad, que no se engañe, que no se recomiende basura por dinero rápido. Eso es educación.

Pero una cosa es educar en criterio y otra muy distinta es montar un sistema donde la voz solo se considera “válida” si viene con sello aprobado.

Y ahí está el giro peligroso:
el contenido empieza a juzgarse más por su certificación que por su coherencia.
El miedo a sanciones de seis cifras acaba moldeando el tono.
Muchos bajan la cabeza, moderan lo que dicen, evitan incomodar.
El medio que nació libre, horizontal y espontáneo se va burocratizando.

Sí, hay quien usa la IA o su alcance para difundir barbaridades. Pasa.
Pero la solución real no es callar a todos ni profesionalizar la opinión a golpe de multa.
La solución es alfabetización digital: enseñar a la gente a distinguir publicidad, sesgo, propaganda, manipulación.
Formar usuarios críticos, no creadores domesticados.

Porque los números, los “premiums” y los certificados no sustituyen la ética real.
Y que un creador acepte colaboraciones pagadas —porque vive de esto— no significa que haya vendido su voluntad.

Y quienes no aceptemos las nuevas reglas del discurso moldeado, ¿tendremos que mudarnos a la deep web para poder expresarnos con libertad?
Si llega ese punto, ya no será un problema de influencers.
Será un síntoma de enfermedad social: miedo a la voz libre.

🌀 La ética —la real— no se certifica. Se ejerce.

Recuerda: Cuando nos moldean a su antojo, destruyen nuestra esencia. Frase atribuida a Jim Morrison.

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Fuentes:

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