Miedo a envejecer, bótox preventivo: juventud en estado de alarma

El otro día escuché a un grupo de jóvenes, ninguno pasaba de los cuarenta, hablar con total naturalidad del botox preventivo.
No desde la ironía ni el miedo, sino desde la costumbre.
Como quien habla del protector solar o de la rutina de gimnasio.

Me sorprendió la edad, sí, pero sobre todo la serenidad con la que asumían la idea de intervenir un cuerpo que aún no ha vivido sus propias marcas.
Parecía que lo importante ya no era envejecer bien, sino no envejecer nunca.

Vivimos en una época donde la belleza se ha convertido en una especie de performance continua. Lo exploré en aquel artículo sobre estética femenina y estereotipos de género: lo que antes era un ideal hoy es un mandato invisible.
Y lo curioso es que lo asumimos como elección personal, cuando en realidad es obediencia social.

No es nuevo. Hace años ya hablábamos de la Liga Británica anti-cirugía estética, que defendía el derecho a envejecer con dignidad.
Decían algo poderoso: “El tiempo no es una enfermedad.”
Quizá lo olvidamos cuando empezamos a medir nuestra autoestima en megapíxeles y filtros.

Lo inquietante es que esta tendencia de “retoque preventivo” es también un reflejo cultural de algo más grande: el sueño transhumano.
Esa idea —de la que hablo en Transhumanismo: la promesa de trascender el cuerpo— de que la tecnología podrá salvarnos de la decadencia biológica.
Un sueño antiguo con envoltorio futurista.
Y quizá, sin darnos cuenta, ya estamos ensayando su versión doméstica frente al espejo.

No todos los caminos hacia la longevidad son artificiales. Hay quienes elegimos otra vía: la de comprender y acompañar al cuerpo en su proceso natural.
De eso hablo también en Piratería corporal y biohacking: de cómo pequeñas decisiones cotidianas —alimentación consciente, descanso, suplementación— pueden mejorar nuestra biología sin negarla.

Yo reconozco que llevo mal el envejecimiento, pero lucho cada día por mantenerme fiel a mi propia antropología personal: con fallos, con dudas, como todo en la naturaleza.
Con ciclos que se abren y se cierran, sin prometer eternidad, solo presencia. Y, siendo honesta, me da más miedo esta dictadura del envase que el paso del tiempo.
Temo que un día ser anciana sea motivo de invisibilidad; que la arruga, el temblor o la lentitud se consideren errores de diseño.
Que la vejez deje de ser parte de la vida para convertirse en un fallo del sistema.

A veces pienso que, si seguimos por este camino, echaremos de menos a la abuela con arrugas, el pelo canoso y el cuerpo de anciana.
A la mujer real que nos enseñó que el amor no necesita filtros ni cirugías.

En Tu Tienda Verde GvK, por ejemplo, compartimos suplementos como NMN —precursor natural del NAD+— o Astaxantina, aliados naturales para apoyar la regeneración celular y proteger las células frente al estrés oxidativo.
No son promesas de inmortalidad, sino recordatorios de que el cuerpo también sabe repararse, si lo escuchamos y le damos lo que necesita.

Quizá el verdadero lujo no sea detener el tiempo,
si no envejecer con conciencia, belleza y una pizca de rebeldía.

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