Hoy en Vaquera del espacio: Estereotipos de género en la estética femenina

No me arreglo porque no estoy rota: una reflexión sobre los estereotipos de género en la estética femenina

¿Cosa de mujeres?

Nunca me hice las uñas, cejas, pestañas. No me gusta ir a la peluquería. Me maquillé solo una vez en mi vida, y fue para acompañar a una amiga que adoro en su proceso emprendedor con Mary Kay.

No tengo 20 pares de zapatos ni colecciono bolsos y detesto ir de compras. No me interesa la estética tradicional ni la “feminidad” según los estándares de revistas o redes sociales.

Y, sin embargo, me siguen preguntando por qué no “me arreglo”.
¿Arreglarme? ¿Estoy rota?

A veces pienso que todo esto empezó mucho antes.
Mi mamá no me vestía con vestidos rosas. Llevaba el pelo corto y no me hizo agujeros en las orejas.
Australia, años 70. Una sociedad progresista… y aun así, la pregunta era constante:
“¿Es nene o nena?”

Porque incluso cuando intentamos criar sin estereotipos, el mundo insiste en encasillarnos.

Claro que me encantaría conservar el cuerpazo que tuve hasta los 40 sin gimnasio ni dietas.
Pero no quiero consumir parte de mi vida en algo que no me da placer. Porque a los +50 hay que sudar para mantener.
Y no, nadie me pregunta qué me da placer.
Spoiler: no es una sesión de depilación.

Mucha gente cultiva su cuerpo.
Yo tengo la misma obsesión, pero por cultivar mi mente y espíritu.
Y eso también se nota, aunque no se vea en el espejo.

Los modelos femeninos: dos abuelas, dos mundos

Si hablamos de modelos… tal vez haya que revisarlos.

Yo tuve dos abuelas muy distintas:
Lidia, una gladiadora de la vida. Sencilla, fuerte, sin adornos.
Y Teresa: cremas, cirugías, pamelas, gafas enormes y ese amor por lo estético como forma de presencia.

¿Y sabes qué?
Me quedé con lo mejor de ambas.

Soy Lidia en el alma.
Y un poco Teresa, porque amo las gafas grandes y las cosas llamativas…
No porque «se usen», sino porque me representan.

Porque de eso se trata:
no de cumplir un molde, sino de elegir lo que nos representa.

Una confesión: el peso de la presión social

Y si hablamos de estética…
también tengo que confesarles algo que tal vez pese más que todo lo anterior.

Cuando era niña sufrí bullying.
Mucho.
Por mi nariz.

Tanto, que antes de cumplir 14 años me sometí a una cirugía estética: una rinoplastia.

Imaginen lo fuerte que tiene que ser la presión social para que una niña se opere la cara antes de los 14.
Imaginen el nivel de angustia, de vergüenza, de no encajar.

Y, sin embargo, ahí también hay una trampa:
porque esa cirugía me alivió, sí,
pero no me liberó de todo lo demás.

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