Todos, en algún momento de la vida, pasamos por una transición vital. Es ese instante —a veces suave, a veces abrupto— en el que sentimos que una etapa se cierra y otra, aún incierta, comienza a abrirse. Dejar el control, soltar antiguas versiones de nosotras mismas y aprender a flotar puede dar vértigo… pero también ser el comienzo de algo profundamente auténtico.
Este es mi relato, y tal vez también el tuyo.

El hilo dorado: soltar el timón, flotar y confiar

“Y llega un momento en que soltar no es rendirse, sino una elección. Un acto de madurez. Y también de fe.”

He sido capitana y marinera. He remado a contracorriente, he trazado rutas, he mantenido el rumbo cuando todo parecía hundirse. Siempre me ha tocado llevar el timón. Siempre supe que si yo no conducía, nadie más lo haría.

Y ahora, por primera vez, lo suelto.

No porque me rinda. No porque esté cansada. Sino porque algo —una fuerza más grande, más sabia, más inevitable— me invita a entregarme a lo desconocido. Me cuesta. Me da vértigo. No sé si se llama confianza o simplemente no tener otra opción. Pero aquí estoy, flotando. A ratos, ligera. A ratos, completamente perdida.

Y aunque pueda parecer una persona sin raíces, porque he vivido en tres continentes, siempre las he tenido. En cada barrio que he habitado. En amistades que se hicieron suelo firme. En los pequeños rituales que me sostenían sin  saberlo.

Hoy, todo eso ha cambiado de lugar.

Me siento flotando, y no es solo una metáfora. Es un estado real. Nada es familiar. Todo parece tan distinto, tan nuevo, que me pregunto si mi “yo” sabrá adaptarse. Si seré capaz de reconocerme en esta versión futura que aún no conozco.

Mi hijo se hace adulto. Toma sus propias decisiones. 
Mi profesión, después de tanto esfuerzo, se consolida y me demanda. 
Tengo raíces, sí… pero también tantas ramas que me conectan con lugares, personas y vivencias a lo largo del mundo, que a veces mi cabeza explota. Siento que estoy en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.

Es como vivir desdoblada entre lo que fui, lo que soy y lo que aún no sé si podré ser. Una especie de limbo identitario donde flotar no es solo avanzar: es sostenerse sin perderse.

Pero hay algo que me ancla. Un único hilo, invisible y eterno, que nunca se rompe.

Mi hijo.

Mi faro en esta niebla. Mi certeza en medio de tanto cambio. Lo que me une a la vida y a mí misma, incluso cuando todo lo demás se transforma. A veces siento —con esa intuición que no necesita demostración— que ya nos hemos acompañado en otras vidas. Que este vínculo no comenzó conmigo ni terminará en él. Que, en medio del caos, él es mi hogar.

Flotar duele. Pero flotar también es avanzar.  Transición vital

A veces crecer no significa echar raíces nuevas de inmediato, sino confiar en que ese hilo dorado nos llevará adonde tengamos que estar. Sin mapas. Sin timón. Solo con el alma abierta.

Lo único que tengo claro es que, esta vez, la nueva vida que estoy a punto de comenzar será profundamente mía. No porque deje de amar, sino porque elijo —por fin— ser el centro de mi propia historia.

Recuerdo que, durante una meditación guiada, nos pidieron que visualizáramos un lugar que nos transmitiera calma. Me vi nadando en un paraíso luminoso, rodeada de amigos, de afectos, de quienes siempre habían sido parte de mis certezas. Y de pronto, la voz de quien guiaba la meditación dijo: “Ahora estás sola”.

Tuve que sacar a la gente de mi paraíso.

Me resistí. Me dolió. Pero en ese instante entendí algo profundo: que el paraíso, para que sea realmente nuestro, tiene que ser un lugar íntimo. Personal. Que invitar a otros a nuestra experiencia puede parecer amor, pero a veces es una forma de evitar la soledad que necesitamos habitar. Aprendí que cada uno debe recorrer su propio camino, y los demás el suyo, sin atajos.

Durante mucho tiempo, permití que otros se instalaran en mis sueños, como si fueran suyos. Se beneficiaron de ellos, los habitaron… y ni siquiera fueron agradecidos.

Esta vez, no lo haré.

Porque aprendí que acompañar, sostener y cuidar no garantiza amor, ni lealtad, ni gratitud.
Durante años lo hice —con entrega, sin medir—

Ahora lo sé: me van a envidiar, me van a criticar, incluso despellejar con palabras que no entienden de procesos ni de alma.
Me da igual.

Lo que no voy a permitir —nunca más— es que se beneficien de lo que es mío.

Mi paraíso, a mis más de cincuenta, será egoísta. 
Pero habrá lugar —siempre— para quienes me son leales de verdad. Para los que están sin pedir, para los que no se apropian, para los que cuidan.

No por falta de amor, sino por fin, por amor a mí.

🌱 Una mirada desde la psicología sobre la transición vital

Este proceso tiene nombre: transición vital. Es esa etapa confusa, desorientadora pero necesaria, en la que una vida se va desdibujando mientras otra aún no ha tomado forma. El autor William Bridges lo explicaba así: primero llega el final, luego una “zona neutra” (ese limbo en el que flotamos), y finalmente, un nuevo comienzo.

Y es justo en esa zona flotante donde solemos reencontrarnos con lo esencial: lo que no cambia, lo que nos sostiene desde dentro.

🟡 Navegar la zona neutra: estrategias para atravesarla

Navegar la zona neutra, esa etapa de transición en la que nos sentimos en un limbo, puede ser desafiante, pero hay varias estrategias efectivas que ayudan a atravesarla de manera saludable y constructiva. Aquí te comparto algunas de las más útiles:

  • Aceptar la incertidumbre: Es fundamental entender que la indeterminación es parte del proceso y que, aunque incómodo, también es un espacio de oportunidad para el crecimiento y la reflexión.

  • Practicar la paciencia: La zona neutra no tiene un tiempo definido. Ser paciente con uno mismo y permitir que el proceso natural avance sin presiones ayuda a reducir el estrés.

  • Mantener una mentalidad abierta: Aprovechar este período para explorar nuevas ideas, habilidades o intereses puede facilitar la llegada al próximo ciclo o etapa.

  • Cuidar la autoestima: Es común sentir inseguridad, pero mantenerse conectado con el propio valor y logros ayuda a fortalecer la confianza durante la transición.

  • Buscar apoyo: Hablar con amigos, colegas o un profesional puede ofrecer perspectivas distintas y apoyo emocional, facilitando que el limbo sea menos abrumador.

  • Practicar el mindfulness y la autocompasión: Técnicas como la meditación y la autoobservación ayudan a aceptar lo que estamos viviendo sin juicio, promoviendo calma y claridad.

  • Mantener rutinas positivas: Aunque este período puede ser inestable, seguir con actividades diarias o desarrollar nuevas rutinas aporta una sensación de control y estabilidad.

🦢 Una pequeña fábula para el alma

Cuentan que había una grulla que migraba sola cada año, guiándose por las estrellas. Una temporada, una tormenta la desvió del cielo conocido. Perdió el norte. Voló sin rumbo durante días, hasta que se posó, agotada, junto a un lago que jamás había visto.

Allí, sin querer, descubrió que no todas las rutas llevan al mismo lugar… pero sí al que se necesita.

💬 Para cerrar…

Si estás flotando entre versiones de ti misma, si sientes que tus raíces ya no están donde las dejaste, si todo lo familiar ha cambiado de sitio… quizá estés cruzando el umbral de tu nueva etapa.

¿Tienes ese hilo dorado que te ancla? Tal vez sea una persona. Tal vez una verdad interna. Tal vez una promesa que te hiciste hace tiempo.

Sea lo que sea, confía. Flotar también es avanzar.

📌 ¿Y tú?

¿Qué estás dejando atrás? ¿Qué parte de ti necesitas llevar contigo a esa nueva vida?
Compártelo en los comentarios o escríbelo solo para ti. A veces, las palabras también nos sostienen.

Enlace al autor citado William Bridges, reconocido por su trabajo sobre las transiciones y el cambio personal:

William Bridges – Sitio oficial

Su libro más famoso sobre el tema es «Transitions: Making Sense of Life’s Changes» (Transiciones: Cómo dar sentido a los cambios de la vida).