El limbo, ese lugar donde se confunde el sueño con la realidad, donde no hay un ahora,  sino un conjunto de recuerdos que se recrean.

Ese lugar entre los vivos y los muertos, que pintas del color que tu mente desea mientras duermes.

Ese lugar donde no manda la razón sino el corazón, donde hasta nuestro enemigo entra en son de paz, buscando el calor de tu alma como recuerdo reconfortante.

Donde el tiempo no existe, ni el ayer, ni el ahora, ni el mañana.

Donde los muertos habitan, donde el amor no encuentra barreras.

Soñar con los ojos abiertos es una obligación inherente al ser humano, pero estar en el limbo es un lujo que solo vivencias con los ojos bien cerrados.

Cuando regresas, despiertas,  el sabor es entre amargo y dulce:

Amargo al descubrir que ese lugar no es real, que no te pertenece, que simplemente te ha sido prestado.

Dulce por haberte dejado la sensación de haber acariciado a esas personas que vivas o muertas, jamás en vida volverás a reencontrarte con el alma desnuda,  por miedo a que vuelvan a hacerte daño.

Un lugar donde no hay dolor, preocupación, rencor, error, memoria, ego.

Donde no mandan las leyes físicas ni biológicas.

Donde no hay fronteras, distancias, espacio-tiempo.

Hace unas noches atrás estuve en el limbo, encontré a mucha gente con la pureza que hubiese deseado en su alma.

Según las religiones el limbo es un lugar donde almas impuras se encuentran atrapadas al morir a la espera del juicio final, yo estoy convencida de que es el paraíso del mortal que encuentra un espacio de libertad . Un estado de ensoñación en el que necesitamos estar para descansar de tanta realidad, un pasaje, un billete de ida y vuelta.

Hace unas noches atrás estuve en el limbo y no puedo dejar de recordar la sensación de haberte encontrado.

Acaso no existe en mi cuerpo una especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo?. Haruki Murakami